viernes, 18 de julio de 2014

Análisis del laberinto del docente

LABERINTO DEL DOCENTE



Objetivo: Conocer y reflexionar sobre los diferentes laberintos por los que pasan muchos docentes en el desarrollo de su labor educativa, reconociendo la actitud que se debe tomar ante cada uno de ellos para poder superarlos.
El desarrollo de esta temática nos lleva a conocer vivencias diarias por las cuales se pasa en la práctica docente, vivencias en las cuales el maestro se encuentra atrapado. El laberinto del docente nos muestra cual es la realidad en la que vive diariamente el maestro, realidad que va desde lo pedagógico hasta lo emocional o personal.
Nadie que está inmerso en el ambiente educativo en el cual está en juego la formación y transformación del individuo pasara exento de problemas, obstáculos y dificultades que al final terminen afectando su desempeño. La labor profesional del maestro está llena de laberintos (Problemas didáctico – pedagógicos, problemas con estudiantes, con los padres de familia, con los mismo compañeros de trabajo, problemas emocionales etc.) que en la mayoría de casos terminan minimizando el poderoso impacto que pueda llegar a tener la educación en la formación y transformación del ser humano.
“Lo importante de esta temática es, que aparte de conocer una serie de problemáticas que forman parte de nuestro laberinto cotidiano, hemos reflexionado y analizado que no es imposible escapar de esos laberintos, la actitud, la vocación, el carácter y el compromiso serán elementos fundamentales que contribuirán para poder superar todo obstáculo que nos pueda estar petrificando en nuestro quehacer y en la toma de decisiones acertadas que sean benéficas para el logro de nuestro desempeño profesional deseado”.
                                                                                       (Opinión de maestrante)

La temática que a continuación se desarrolla les será de mucha utilidad ya que a través de algunas vivencias relatadas y de la presentación de una magnífica película les ayudara a entender mejor y reflexionar sobre lo que cada uno de nosotros debemos hacer para cambiar la historia de nuestra labor.


«Entre no ver y no oír sin ninguna duda es mucho peor no oír pues no ver te incomunica con los objetos pero no oír te incomunica con las personas y eso te convierte en un objeto... No puedo hacer todo, pero aún así puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo».
Helen Keller


El laberinto de docente es la dificultad  del docente para salir de las situaciones  de sus vivencias, prácticas diarias, en las que se encuentra atrapado.

En el laberinto, los docentes  no se dan cuenta  que deben tomar decisiones, probar nuevos caminos, pues su posición esta “petrificada” inmovil y el mecanismo de defensa que más utilizan es el  de la denegación de todo lo problemático, de todo lo incierto, de todo aquello que pueda revelar una duda o un extravio.
Ante las dificultades no todos los docentes reaccionanigual :
“algunos docentes considerados “normales” pasan por los laberintos con una hermosa sonrisa, la máscara que todo lo sabe, de aquel que ha hallado el camino recto, camino sagrado y consagrado norma, que le sirve para encubrir su malestar, su deseo de desertar del campo escolar, su fastidio ante el imperativo de probar nuevos métodos y sobre todo esa profunda ansiedad, que el docente experimenta ante los desconocido y la necesidad de tomar decisiones.
Del sí mismo colectivo y del sí mismo individual impide al enseñante encontrar su camino en el laberinto:

  1. Refuerzo excesivo (por obra del sí mismo colectivo) de un mecanismo de defensa individual. La represión individual se ve reforzada por las leyes, escritas o no, del sistema escolar hasta el punto que la cantidad de energía necesaria para mantener lo reprimido es tan grande que al enseñante le queda muy poca para caracterizar los objetos reales. La fatiga la enfermedad o bien la invasión de la vida consiente por lo reprimido son posibles desenlaces.
  2. Conflicto  escolar o incompatibilidad entre los mecanismos defensivos del sí mismo colectivo profesional. El mecanismo de defensa auspiciado por la institución escolar  (ejemplo la proyección) se opone al mecanismo (introspección) utilizado por el enseñante. Este se ve invadido por las proyecciones de los demás y sin posibilidad de defenderse. Desempeña entonces el papel de víctima propiciatoria o le sobreviene la depresión con su acompañamiento de autoacusaciones y de desvalorización.
  3. Desvalorización o hasta prohibición formulada por el sí mismo  colectivo sobre el mecanismo de defensa individual. Por  ejemplo  una joven maestra para quien la idealización en general y sobre todo la de la imagen materna servía como mecanismo de defensa principal , quien debió renunciar a su trabajo en una escuela abierta a nuevas experiencias en la que se había establecido una cohesión grupal entre los docentes alrededor de un movimiento de “lucha” (Bion) contra la directora del establecimiento y la institución escolar. Ese movimiento servía de mecanismo de división entre objeto bueno (el alumno) y objeto malo (la autoridad).

En el espacio escolar se concentran todos los conflictos que caracterizan a la sociedad actual y que las épocas anteriores no conocían: el trastorno de los valores, cambio de roles de la mujer y el hombre en la familia, la crisis de la autoridad, ritmo acelerante de los cambios.
En el docente al igual que en todo ser humano, existe toda una trama de identificaciones, que nos remite a nuestras vivencias afectivas, a juicios, a valores.
  • Las características del sí mismo parenteral proceden  de un conjunto de  afectos y de actitudes interiorizadas por obra de la identificación con la figura parental.
  • El estado de adulto supone reflexión, responsabilidad, libertad de ser uno  mismo y en esos momentos el docente se encuentra en un proceso logrado de adaptación  a la realidad, vive el presente.
  • El estado del niño está constituido por vestigios de la niñez: espontaneidad, naturalidad, anhelo de gratificaciones.

En el laberinto imaginario del docente  se esconde el sí mismo verdadero, desvalorizado por la mirada de los demás y por el propio docente, pero también es el núcleo mismo de la motivación que impulso al docente, emprender su profesión.

El sí mismo verdadero vive en un estado de aislamiento relativo y esta tanto más oculto y prohibido cuanto mayor es la ansiedad de ser despreciado o destruido.
Para Winnicott la mejor defensa contra los factores exteriores que chocan contra ese mismo central es la organización de un si mismo falso.
El enseñante que goza de buena salud mental acepta la doble existencia del  si mismo verdadero y del sí mismo falso.
La toma de conciencia, la creatividad, la iniciativa, el abrirse a los demás en una atmosfera de aceptación fortifican al sí mismo verdadero.
Varella y Ortega (1984) afirman que la formación inicial no cubre las necesidades pedagógicas de los maestros, pues se les proporciona la teoría sin conexión con la práctica.
La transición de la licenciatura o de la normal a la enseñanza puede vivirla el profesor novato como "shock de la realidad" si descubre que la teoría que aprendió no responde a los problemas prácticos que se le presentan en el aula y no dispone del carácter para resolverlos.
Las nuevas pedagogías propenden por un trato humano al alumno, por los principios de libertad, equidad y democracia, entre otros. Sin embargo, al aplicarlos por primera vez, al profesor principiante no le producen los resultados deseados.
Veenman (1984) recupera algunas investigaciones en torno a los maestros principiantes encontrando que atraviesan por problemas para controlar al grupo. Aunque no todos presentan esta dificultad, sí la mayoría.
La inestabilidad laboral del profesor principiante lo puede conducir a cuidar las relaciones interpersonales en el aula, lo que en ocasiones lo lleva a ser tan permisivo que los alumnos se aprovechan de la situación.
Lo innegable es que la unión de los estudiantes puede llegar a minar el temple de un maestro o maestra poco experimentado o que no cuente con la seguridad necesaria para hacerle frente a situaciones como risas sarcásticas o burlonas, miradas retadoras, insistentes y acosadoras, proximidad excedida, entre tantas más.
“Me veían a los ojos de forma coqueta y se reían a cada rato. Me chiflaban, y yo disimulaba no darme cuenta. A veces se ponían de acuerdo y no hablaba nadie. Tuve que platicar con cada uno de ellos y me di cuenta que individualmente es otra cosa. Les pedí que me respetaran y lo hicieron.”
La docencia está mediatizada por exigencias socio-institucionales y pedagógicas, por las peculiares relaciones interpersonales entretejidas en la escuela y aula, y por la persona del enseñante. Es inevitable el involucramiento de los sentimientos, tal como sugiere la postura empírica analítica, pues una persona enseña a otras personas. La cuestión es saber hasta dónde el maestro debe dejarse influir por lo sentimental para actuar congruente y justamente.
“Es que te ganan, y aunque no quieras siempre tiene uno algún preferido(a). Y es que ya te ganaron, se ganaron tu confianza y uno termina chiqueándolos, consintiéndolos más que a los otros.2
“Lo peor es que no te das cuenta, le caen a uno tan bien, que llegas a excusarlos.”
Los maestros generalmente suelen hacerse de información previa acerca de sus alumnos, lo cual les permite identificar perfiles y prever qué se puede esperar de ellos. Sin embargo, indagar en torno a los alumnos no siempre es ventajoso si surge una predisposición o condicionamiento.
Algo parecido ocurre cuando en el salón se encuentra el hijo de algún catedrático, literato, médico o investigador reconocido. El maestro puede dar por sentado que por el solo hecho de ser hijo de tan prestigiado personaje, será un excelente estudiante.
“Desde que supe que estaba en el salón donde me tocaba, empecé a preocuparme... El muchacho sí sabía, realmente uno veía que el hecho de que su padre tuviera muchos libros en casa y el mismo ejemplo de su padre, que es un buen literato de esta ciudad, se vislumbraba, o sea el chico sabía, pero era un déspota que a cada rato me interrumpía, y a veces me hacía dudar de lo que yo decía.”
“Como su padre es literato, el chico sabe muchísimo, lee bastante, y si uno no prepara la clase, él te viene grande.”
“La fama del padre es el respaldo del alumno que, a diferencia de sus compañeros, le permitía cuestionar a sus maestros.”
Pettegrew y Wolf (en Esteve, 1987), al estudiar el estrés docente, observó tres tipos: uno vinculado a las tareas que realiza el maestro, en las que muchas veces se presentan enfrentamientos con estudiantes o con colegas; el segundo, relacionado con la discrepancia entre el rol ideal y el irreal, y el tercero, el estrés general circundante en su labor.
Para Ada Abraham (1986) los enseñantes jóvenes presentan mayores dificultades para enfrentar estas situaciones, dada su falta de experiencia, pero sobre todo, su sensibilidad y vulnerabilidad laboral, de tal manera que el estrés es más común entre ellos. El estrés se refiere a la tensión y esfuerzo que se generan en el cuerpo por una respuesta no específica, no visualizada, y la ansiedad es la emoción de la incertidumbre. Configura una reacción emocional compleja, integrada por diversos componentes: a) cognitivos, centrados en procedimientos e imágenes distorsionantes de la realidad; b) psicofisiológicos, tales como alteraciones en la tasa cardiaca, en la respiración, transpiración..., y c) conductual motrices, tales como tartamudeos, temblores, tensión muscular, etc. (Esteve, 1994; Ortíz, 1995).
Autores como Marcelo (1987), analizan las diferencias entre los profesores expertos y los principiantes, y encuentran que a los principiantes se les dificulta controlar a los grupos; desarrollan una estructura fragmentada de la lección provocando a veces la confusión de los alumnos; sus clases llegan a ser lineales, casi no introducen cambios; siguen el programa y el contenido de la clase previamente planificada; solicitan la intervención de los alumnos, pero menos que los profesores expertos. Esto se debe principalmente a la escasa experiencia en la materia, y por ende, en el dominio de ésta.
“Suele suponerse que la apatía no afecta la tranquilidad del maestro, dado que los alumnos apáticos son tan callados que se podrían pasar el curso sin decir una sola palabra si no fuera porque el maestro solicita su participación. La realidad muestra que la apatía puede ser un factor detonante del estrés docente”.
“Es que te desesperan, parecen pollos bajo el sol, todos agachados, como somnolientos, sin ganas para trabajar ¡ay, qué horror tener ese tipo de alumnos! Yo sinceramente sufrí bastante con ellos. No se inmutan aunque te vean enojada.”
Testaniére (1968) (en Gil, 1998) encuentra que esa actitud de apatía se ve impulsada por una fuerte desmotivación, consecuencia de diversos factores: desilusión por la carrera, estudiar por obligación y no por gusto, los contenidos disciplinares que adolecen de devaluación y relativización, entre otros.
Pablo Latapí (1993), afirma que lo más gratificante para un profesor es que sus alumnos aprendan, siendo la participación un indicador de ese cometido. Si los alumnos permanecen callados durante toda la clase, puede ser señal de inconformidad o disgusto, ya sea hacia el maestro o hacia la materia de estudio.
“La inercia de los alumnos apáticos disgusta a los maestros que aún se preocupan por perfeccionar su enseñanza, ya que esos chicos no opinan, bajan la mirada para que no les hagan preguntas, no leen...”
Pero, ¿a qué se debe esa inercia estudiantil? Al alumno se le presenta la ciencia ya hecha. Al respecto, Ortega (en Gil, 1998) señala que la ciencia se aprende disociada en especialidades, por lo que el estudiante no le encuentra relevancia, y constantemente se cuestiona sobre su practicidad: "¿Esto para qué me va a servir?". Y es que habría que responder: ¿qué tanto le puede interesar a un joven aprender lo que a sus antecesores les vino en gana inventar? El mismo maestro quizás no tendría una única respuesta válida, pues él mismo se percata que hay contenidos irrelevantes y obsoletos que no responden a las necesidades de la sociedad actual.
“Me dicen: ¡Ay maestra, eso para qué me va a servir! ¡Mejor ya vámonos! Se quejan, y a veces ni yo misma sé para qué les vayan a servir algunos de los contenidos.”
La pasividad de los alumnos proyecta inconformidad hacia los procesos rutinarios que se dan en el aula con algunos maestros, como: escribir siempre en el pizarrón con los tradicionales grises o el empleo que hace el profesor de las mismas láminas amarillentas por tanto uso, y de los mismos libros y fotocopias; aunque tal pasividad no siempre es yerro del sistema de enseñanza, pues intervienen otros factores exógenos y endógenos al alumno.
Mertón (en Gil, 1998: 63) sostiene que el empleo de fotocopias —con el sistema de anotaciones y subrayados— y la costumbre de tomar apuntes pueden ser actitudes que encajan con lo que él llamó "ritualismo", es decir, ese "tipo de reacciones en el que se abandonan aspiraciones culturalmente definidas mientras se siguen acatando en forma casi compulsiva las normas institucionales".
“Sí, no me daba cuenta, pensé que si anotaban era porque me ponían atención. Pero ahora que lo pienso, cuando les preguntaba sobre lo que acababan de escribir, no sabían.”
“Cada vez hay más flojos, no leen, no traen tareas. He platicado con ellos, les he pedido que me digan qué cambiamos, pero pareciera que no escuchan. Modifiqué las estrategias y siguen sin querer leer, de verdad que es desesperante.”

Docencia Superior
Muchos de los que hoy son docentes de nivel superior, al terminar su carrera de origen, no encontraron trabajo en su campo profesional. En estas circunstancias se les presenta la oportunidad de dar clases. Existe el imaginario colectivo que asocia el término de la carrera con el inicio de un trabajo más “formal”, iniciar a trabajar para ganar dinero. En muchas ocasiones el ingreso al campo profesional al terminar la carrera no es fácil; ante la presión de buscar y encontrar trabajo, la docencia se presenta como una actividad intermedia, “por mientras encuentro trabajo”.
El docente se inicia con poca información acerca de las alternativas y las soluciones concretas a problemas que se repiten en el salón de clases. El asumir la responsabilidad de la docencia no es paulatino, desde el primer día de trabajo se le pide que desempeñe las mismas labores que  realizan los de más años de experiencia.
Por una parte, está el hecho de no haber sido formado académicamente para ejercer la profesión de docente; y por otra, el inicio de la actividad de enseñar no es paulatino, “sucede que una de las características sobresalientes del trabajo docente es lo abrupto de la forma en que se asume una responsabilidad completa. “nadar o ahogarse”.
Podemos hablar de una lucha entre la identidad construida en torno a una profesión estudiada: abogado, psicólogo, sociólogo, medico, etc.; y la profesión asumida en la práctica profesional: la docencia.

Muchas veces el maestro al concebir la actividad de enseñar como una práctica devaluada socialmente, prefiere asirse a la profesión inicial que es más valorada; si a esto le sumamos la no total claridad de los determinantes del trabajo educativo, la docencia como profesión es más difícil de aceptar. Socialmente es más valorado ser médico, abogado, ingeniero… que ser docente.
O, simplemente, se hacen convivir los dos imaginarios: “realmente yo soy psicólogo, pero me dedico a dar clases, es una actividad que me gusta y que me llena”.
Para Eduardo Remedi “el docente de nivel superior acepta de antemano la renuncia a un proyecto de orden profesional que le dio sostenimiento cuando fue estudiante.
El “abandono” de la profesión coloca al maestro en una situación de deserción, de incumplimiento y de desistimiento de las tareas y funciones propias de la profesión en que fue formado”.
El maestro mantiene su conexión con la profesión a través del discurso en torno al campo de conocimiento.

Audiovisual: Mas allá de la pizzara.

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